Pintura

TAMARA DE LEMPICKA: UNA DIVA DE LA PINTURA

Tamara de LempickaTamara de Lempicka (1898-1980) fue tan fascinante como una actriz de la época dorada de su admirado Hollywood. Era egoísta y narcisista, pero nunca falsa: sus propios amigos decían que no sabía ser otra cosa que auténtica. Le gustaba el ambiente nocturno, las fiestas y las drogas, y no dudaba en dejar a su marido y a su hija en casa para disfrutar de todo aquello. Tampoco entraba en su cabeza no deleitarse en la belleza de los cuerpos masculinos y femeninos y, por consiguiente, en el sexo; eso sí, sin descuidar a su esposo, que toda mujer debía conservar. Defensora de un tipo de mujer voluptuosa y narcisista, contraria a la imagen fría y sin pechos que había creado su amiga Coco Chanel, trataba a la diseñadora, sin embargo, con tanto respeto como el que dispensaba a la realeza. El Palacio de Gaviria acoge, por primera vez en Madrid y hasta el 26 de mayo de 2019, una exposición dedicada a esta pintora de personalidad tan contradictoria como hechizante.

Orígenes y primeros años

Tamara nació en Rusia, en el seno de una familia acomodada, y esa sensación de pertenencia a la nobleza, a la distinción social, no la abandonaría nunca. Su interés por preservar su intimidad, ya que consideraba que debía ser su arte el que despertara la curiosidad, la llevaba a mentir sobre su procedencia, afirmando que era polaca. En realidad, los registros de la época la sitúan en Moscú, donde había muchos polacos adinerados. Su madre, polaca, se había casado con un judío ruso. El estallido de la revolución la llevaría, junto con su marido, Tardeusz, y con su hija, Kizette, a París. Como muchos aristócratas eslavos de la época, la familia pasó penurias, teniendo que vender las pocas joyas que pudieron reunir en su huida.  La propia Tamara tuvo que vender un anillo de esmeralda. Aquella situación financiera debilitó su matrimonio, llegando incluso Tardeusz a levantarle la mano en alguna ocasión.

Sin saber qué hacer, su hermana le aconsejó, en 1919, que estudiase pintura en la Académie de la Grande Chaumière, de manera que pudiese vender cuadros para mantener a su familia y conseguir independencia económica. Así pues, su carrera artística es fruto de su necesidad y del talento que había visto su familia en ella. En 1920 acabaría sus primeros cuadros: El jugador de cartas y La muchacha de azul. En este último combinaría el color intenso de Gauguin y el trazo de Van Gogh.

Los cuadros de esta época se catalogaron dentro del art déco. Este estilo, nacido en Francia y extendido por Europa y Estados Unidos a finales de los años veinte, se caracteriza por ser una estilización del cubismo, con referencias a la mitología y a la vida urbana, si bien su accesibilidad y su atractivo para el gran público lo separan del modernismo, relegando a sus artistas a un segundo plano. La denominación art decó infravaloró su obra, ya que el término se asociaba con la arquitectura y la decoración, no con la pintura. Dentro del estilo destacan sus retratos y sus desnudos.

Enamorada de Italia, a la que viajó en diversas ocasiones, su obra está repleta de su influencia: del padre de la pintura veneciana, Giovanni Bellini, adoptó el color, como el azul que podemos observar en San Francisco en éxtasis (1480), que, a su vez, dejaría huella en los manieristas del Cinquecento como Pontormo; sus tipos físicos recuerdan a Miguel Ángel por su rotundidad, como los ignudi o las sibilas del maestro florentino, y por su voluptuosidad, nos remiten a los desnudos de Botticelli (El nacimiento de Venus, 1482) o de Messina (San Sebastián, 1476). Pero sus influencias no se limitan al Renacimiento italiano. En su obra se puede apreciar la síntesis entre clasicismo y realismo de Ingres, la luz de la pintura holandesa o la silueta geométrica de Nueva York de Albert Gleizes, que colocaba como fondo de sus retratos. Apenas hay perspectiva: para Tamara la figura es lo que cuenta. Algunas de estas características la podemos apreciar en Andrómeda (1929).

La consecución del éxito

Una vez adquirió fama, comenzó a ser frecuente que saliera por las noche, dejándose embelesar por la figura de la cantante Josephine Baker o a disfrutar de fiestas con drogas y sirvientes desnudos, todo sin renunciar a las bocanadas de sus cigarrillos viceroy, que nunca abandonó, ni siquiera cuando necesitó de ayuda respiratoria, en la línea de las divas de Hollywood, como Bette Davis o Greta Garbo, con la que alguna vez la confundían, llegando a firmar autógrafos en su nombre sin sacar de su error a los admiradores.

La bella RafaelaSu búsqueda de la belleza a través del arte, que consideraba como objetivo primordial del mismo, y su interés por los cuerpos que consideraba atractivos, en los que nunca se dejó de fijar, hizo que reflejase el desnudo femenino desde la perspectiva de una amante. Considerado uno de los desnudos más bellos del siglo XX, La bella Rafaela (1927) retrata a una posible prostituta que había encontrado en la calle. Absorta en sus pensamientos, se dio cuenta de que la gente se giraba para observar a una muchacha impresionante.  La abordó, pidiéndole que posara para ella, a la que inmortalizó con una paleta de rojos, negros y blancos, llenando el espacio pictórico con su cuerpo desnudo reclinado.

Zapatos de la época de Tamara de LempickaA Tamara le gustaba diseñar vestidos, pero tuvo que ocultar dicha faceta para que no se menospreciara su arte. En la época, las mujeres artistas que también se dedicaban a la escenografía o la confección de vestuario, eran vistas como decoradoras, y el resto de su talento artístico quedaba en la sombra. Ocurría lo contrario con artistas masculinos como Matisse o Picasso, cuya fama aumentaba.

Con el reconocimiento, se negó a que su marido siguiera maltratándola, y llegó a devolverle los golpes. Una noche incluso persiguió a Tardeusz, cuchillo en mano, mientras su hija era testigo del incidente, porque este le reprochaba la vida nocturna que llevaba. Sin embargo, cuando el matrimonio se terminó con el abandono de él por otra mujer, Tamara cayó en depresión, abandonando su vida social y refugiándose en su hija. De esta época data Retrato de hombre inacabado (1928), que no es otro que su marido, realizado con contrastes de negros, blancos y grises, con la mano sin la alianza de boda.

En los años 30, se da un cambio en su estilo, que incorpora la deshumanización moderna de la máquina, como los muelles de acero de El idilio (1931), donde cambia también las suaves cabelleras por mechones metálicos. También se da una transformación en sus temas, decantándose por la historia, la política, la mitología o la biblia, como Adán y Eva (1931), de fuerte contenido erótico. En un descanso en el que pintaba a una modelo desnuda, esta pidió permiso para coger una manzana. Tamara supo entonces que quería pintar a Adán y a Eva, pero necesitaba al primero. Recordó que había un policía muy atractivo trabajando siempre cerca de su estudio y le pidió que posase para ella.

Nuevo matrimonio, nuevos destinos

Sus segundas nupcias en 1934 con Raoul Kuffner, fueron el inicio de una relación basada en el afecto mutuo y la libertad individual. A finales de la década, viajan a Estados Unidos huyendo del nazismo. Admiradora del cine, se estableció en Hollywood y, al igual que las exquisitas mentiras de las películas, organizó un concurso ficticio para conseguir una modelo que fuera muy parecida a la que había retratado en su obra Susana en el baño, de 1938, un embuste dirigido a proporcionarle publicidad. Trasladados a Nueva York en 1942, su atracción por la pintura holandesa se observa en sus bodegones, y los coqueteos con el surrealismo, tamizados por Durero, en sus imágenes de manos. Sin embargo, la crítica la ignoraría durante toda la década. En Frutas sobre fondo negro (1949) donde apreciamos un cuenco con cuatro frutas, se aleja del art déco y se deja llevar por la luz del norte de Europa y el claroscuro de Caravaggio.

Bodegón

Como Tiziano al final de su carrera, Tamara, enemiga de lo impreciso, crítica de Cézanne por sus colores fangosos, acabó utilizando la espátula en su última etapa artística. Con temas sencillos, como cuadros de flores, destaca Adán y Eva, nuevo acercamiento al episodio bíblico. El poderío físico de la primera versión, deudor de los tipos de Miguel Ángel, se sustituyen ahora por cuerpos reclinados y quietos. Se trasladaría nuevamente, esta vez, a México, concretamente, a Cuernavaca. Ya no pintaría porque le temblaban las manos y se sentía muy sola.

Revalorizada en los setenta y admirada por artistas como Madonna, Barbra Streisand o Jack Nicholson, Tamara de Lempicka murió en 1980, dejando un legado injustamente olvidado y reducido a su primera etapa. Sus cuadros, sus fotografías o su interés por Hollywood, nos hablan de una mujer liberal y adelantada a su tiempo, que buscaba la felicidad en la belleza, con una personalidad tan atrayente como exasperante. Como toda buena diva que se precie.

Bibliografía:

CLARIDGE, L. Tamara de Lempicka. Circe: Barcelona, 2000. ISBN 84-7765-187-6.

Exposición Tamara de Lempicka.

Fotografías: Hecheres Beltrán.

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