¿A qué huelen las nubes? ― preguntaba un conocido anuncio de compresas a finales del siglo pasado. Esta cuestión, aparentemente sin respuesta (las nubes no huelen a nada), se puede comparar con la siguiente pregunta: ¿cómo se pinta el silencio? Si alguien quisiera contestar a algún incrédulo con pruebas visuales, solo tendría que enseñar un cuadro de Vermeer.
Johannes Vermeer (1632-1675) es uno de los pintores holandeses del Barroco más famoso. Tras la independencia de Holanda de la corona española, triunfa el calvinismo, una rama del protestantismo más radical, que estaba en contra de las imágenes religiosas, ya que conducían a la idolatría. Esta circunstancia llevó a los pintores a desarrollar otro tipo de géneros, como las naturalezas muertas, los paisajes o las imágenes costumbristas. Esta falta de encargos religiosos fue paralela al aumento de la burguesía comerciante, contribuyendo al crecimiento de estas tipologías. La nueva clientela buscaba decorar sus hogares con cuadros que representaran temas con los que se sintieran identificados.
Vermeer desarrolló su producción en la ciudad de Delft, uno de los centros pictóricos más importantes de la época. Sus cuadros intimistas, con importante presencia de la luz y del mundo femenino, están repletos de una calma característica, que nos lleva a sentir el silencio de los entornos caseros donde se desarrollan las tranquilas acciones.
La lechera
Este cuadro de 1658 nos presenta la imagen de una joven que vierte leche en una tinaja. La luz entra por una ventana colocada a la derecha de la mujer, reflejándose en su cara. Podemos apreciar la expresión abstraída de la protagonista, seguramente absorta en sus pensamientos, mientras realiza de forma automática las tareas que tan acostumbrada está a hacer. Todo transcurre en una calma intemporal, donde la cotidianidad asume el protagonismo de la acción.
La joven de la perla
Esta joven parece que responde con un leve giro del cuello a nuestro reclamo. Aquí no hay referencias espaciales, solo un fondo negro que nos remite a los retratos renacentistas de Leonardo da Vinci, Giorgione o Tiziano. La luz se refleja en sus sugerentes labios o en la perla del pendiente que da nombre al cuadro, y la cercanía con la que está pintada, organiza un juego íntimo con el espectador. No hay palabras; solo un gesto, una mirada sugestiva que nos convierte en cómplices de su silencio. Vermeer lo pintó en 1665.
Muchacha leyendo una carta
En 1659, Vermeer pintó este cuadro en el que una joven lee una carta en la intimidad de su habitación. Para reforzar esta sensación, pintó una cortina descorrida, como si estuviéramos espiando a la muchacha. Como en la lechera, la luz entra por la ventana de nuestra izquierda y se refleja en su rostro. A su vez, podemos ver su cara en el cristal de la misma ventana, su expresión concentrada leyendo el contenido de la misiva. Incluso podemos inferir que no se tratan de buenas nuevas. El silencio campa a sus anchas por el cuadro, ya que su protagonista está sumida en la lectura.
Mujer pesando perlas
En esta nueva obra intimista, pintada en 1663, podemos advertir algunos símbolos que pueden cambiar el significado del cuadro. A primera vista, parece que hay una mujer pesando joyas en la soledad de la habitación. Se repiten elementos anteriores, como la ventana por donde entra la luz. Un examen más detenido revela que la balanza está vacía, por lo que el cuadro adquiere otras interpretaciones. La presencia de un cuadro sobre el Juicio Final y el hecho de que las perlas sean símbolo de la Madre de Dios, hacen pensar que estamos ante una obra que representa a la misma Virgen como intercesora de los hombres. Dicha lectura se refuerza por el embarazo de la mujer. Otro posible análisis hace referencia a la fugacidad de la vida, un tema muy desarrollado durante el Barroco. Los objetos lujosos indican la superficialidad de lo material. Lo que queda claro es que la protagonista realiza su tarea en el más absoluto silencio, donde la concentración nos llama poderosamente la atención de nuevo. Casi podemos escuchar el tintineo de las perlas que caen del joyero.